viernes, 13 de junio de 2008

viernes, 13 de junio de 2008



Mientras gastamos tiempo en pensar si los santiaguinos odian o aman Santiago, anónimos y excéntricos personajes habitan una ciudad que no se detiene a mirarlos. Pasan invisibles hasta que un ruido rompe una relación triste y tácita.

Si Santiago se odia, se ama o se lima las uñas es un asunto que al hombre canaleta le tiene sin cuidado. Que si se hacen mas ciclovías en La Reina o en Ñuñoa, si Santiago expande su límite urbano, si hay tarificación vial para controlar los tacos, en fin. Al hombre que vive en una canaleta a una cuadra de mi casa le debe importar bien poco si los santiaguinos dejan el auto alguna vez y se ponen a caminar. El hombre canaleta y otros habitantes singulares de Santiago viven una ciudad distinta, a su pinta, con reglas y semáforos propios que sólo respetan ellos.

Hombres canaletas, mujeres u hombres con la mirada perdida que se sientan en un café y hablan solos, vestidos con sus propios códigos muy lejos de las revistas de moda. Nadie los mira o les habla, son parte del paisaje de la ciudad. Cada barrio tiene el propio, es cosa de recordar por ejemplo al Divino Anticristo, mendigo ilustre de Lastarria o al “Loco Covarrubias”, el intelectual ABC1 del Campus Oriente.

En Pedro de Valdivia con Carlos Antúnez suele dormir y comer un mendigo “típico” que llama la atención más que por su ropa, olor y aspecto, por su nido que no está debajo de un edificio o un banco de plaza, sino que en una canaleta de esas que usan los árboles de Providencia para alimentar sus grandes raíces. El hombre canaleta guarda todas sus cosas en este lugar, duerme, come y habita Santiago desde la húmeda fuente que da de comer a los árboles. Frente a él pasan oficinistas, estudiantes de las universidades instaladas en esa calle, mamás con niños en coche rumbo a Providencia. Nadie lo mira, es parte del paisaje de Providencia.



El Loco Covarrubias leía manuales de teología en el Campus Oriente de la calle Diagonal Oriente y recitaba árboles genealógicos completos a algún alumno de apellido compuesto que se le cruzaba. Hoy me cuentan que el “loco” se sienta en el café de una bomba de bencina de Carlos Antúnez. Se detienen los autos, alguien se baja a comprar o a sacar plata de un cajero. Pero nadie le conversa, es parte del paisaje de Providencia.

En una entrevista reciente, Héctor Soto recordaba una frase del escritor Héctor Aguilar Camin: “todas las ciudades grandes se dan el lujo de odiarse. El tipo de la ciudad normalmente odia a su ciudad”. Yo no sé si el parisino odiará Paris o el carioca Rio de Janeiro, creo que los santiaguinos aman más que odian Santiago, pero me pregunto ¿odiarán los mendigos y locos de Santiago su ciudad? ¿u odiarán los santiaguinos a sus propios locos y mendigos?

Al llamado “Divino Anticristo” de Lastarria, un hombre vestido de mujer que se paseaba con un carrito de supermercado exhibiendo sus dibujos y escritos que solo vende a “mujerísimas”, un día se lo llevaron a un sanatorio y se armó la grande. Un furioso grupo pro-divino pidió su liberación: ¿Querían que siguiera pasando frío en las noches con tal de no perder el placer de tenerlo en el paisaje del barrio? ¿Lo salvamos o lo sanamos?

Yo no sé a quién odia más el anticristo: a quienes lo encerraron o a quienes lo miran curiosos y de reojo por Lastarria. Hoy pasó el revuelo, pocos se acuerdan del llamado a liberarlo. Y Santiago continúa con sus divinos, locos, mendigos o mujeres con mirada perdida que son parte de la ciudad, habitantes que no sabemos si odian o aman Santiago pero que tienen sus propios sueños para la ciudad en la que viven. Averiguar de qué sueños se trata, qué desean, dónde les gustaría vivir, es cosa de valientes.


Por NATALIA DEL CAMPO

stencil: http://hugo.vulcano.cl

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